Palabra clave para salvar niños y Trump rompiendo los mercados

Domingo Sanz: Nacido 1951, Madrid, Ciencias Políticas. Cárcel y todo eso, 1970-71. Licenciado en 1973. Director comercial empresa privada industrial hasta de 1975 a 1979. Traslado a Mallorca. de 1980 a 1996 gerente y finanzas en CC.OO. de Baleares. Actualmente jubilado pero implicado, escribiendo desde verano de 2015. _____________________________
En primer lugar, una noticia anterior a la era del Coronavirus.
Su titular en La Vanguardia decía lo siguiente: “Una niña se salva de un posible secuestro gracias a una palabra clave”. La niña tenía 10 años y ocurrió el 7 de noviembre de 2018 en Arizona, USA. Un desconocido con un coche se paró junto a un niño y una niña que caminaban juntos y le dijo a ella que sus padres le habían pedido que la llevara al hospital urgentemente porque su hermano había tenido un accidente. La niña le preguntó la palabra clave de la familia y el desconocido, al no poder responder, se fue, pues la ella se negó a subir al coche. Por supuesto, lo del accidente de su hermano era mentira, aunque el agresor sabía que ella tenía un hermano.
Ahora, una noticia de esta misma semana que, como tantas otras interesantes, ha sido marginada de las portadas por el Coronavirus.
Esta es del lunes 9 de marzo de 2020 y la he leído en la prensa de Mallorca. Habla de una mujer canadiense, residente en Esporles, que ha denunciado ante la Guardia Civil el intento de secuestro de su hija, de seis años, por parte de una pareja de mediana edad. El delito no se consumó gracias a que la niña les preguntó la palabra clave familiar cuando los desconocidos intentaban llevarla a su caravana para invitarla a un helado, según declaró, y, en casos como estos, los niños tienen siempre presunción de veracidad. Los sospechosos no supieron responder y la niña salió huyendo.
Esporles es un pueblo tranquilo de cinco mil habitantes, donde los niños juegan sin miedo cerca de sus casas, muchas unifamiliares. Por la mayoría de sus calles circulan pocos coches, con zonas peatonales.
Seguro que yo también supe del intento de secuestro de 2018 en USA, pero no lo recordaba, a pesar del interesante detalle de la palabra clave. Ahora, ante este nuevo caso, he preguntado a varias personas si conocían alguna familia que empleara el truco de la palabra clave para identificar a los secuestradores que actúan intentando ganarse la confianza de los peques. Todas las respuestas han sido negativas.
Hace mucho tiempo, puede que doscientos años, o más, los errores que cometían los militares durante la vigilancia nocturna en tiempos de guerra ocasionaban bajas entre soldados del mismo bando, pues en la penumbra no tenían manera de reconocerse. A alguien se le ocurrió lo del “santo y seña”, que cambiaban cada día, para preguntar antes de disparar. El número de víctimas no deseadas se redujo radicalmente.
El secuestro de un hijo es una de las mayores desgracias que puede sufrir cualquier familia, y no hace falta haber visto grandes películas, como “Mystic River” o “El cebo”, para tener conciencia de ello.
Por eso me sorprende que, tras muchas generaciones salvando vidas gracias al “santo y seña”, no hayamos sido capaces de crear y aplicar de manera generalizada una versión para familias, de tal manera que los niños dispongan de una acción a su alcance que les permita identificar el peligro.
Quizás la explicación de esta insuficiencia colectiva en mecanismos de autodefensa para los más débiles consista en que la comunicación entre padres e hijos está aún sembrada, al menos en España, de tabúes y temas de los que no se habla, pues parece evidente que pasar del “nunca te vayas con un desconocido” al “si un desconocido intenta que te vayas con él, incluso diciendo que va de nuestra parte, dile que te diga nuestra palabra clave”, requiere un esfuerzo de comunicación amplia y sincera con nuestros propios hijos del que no siempre somos capaces.
Hay desconocidos “encantadores” que son capaces de ganarse la confianza de casi cualquier niño, pero si el secuestrador fracasa en la prueba objetiva de la palabra clave, o contraseña, de la familia, es muy difícil que el niño “muerda” el cebo. Para empezar, los mayores comenzamos rebajando la desconfianza defensiva de los pequeños cuando utilizamos únicamente el masculino para advertir del “desconocido” que, si se acerca a un niño, se convierte siempre en sospechoso. Me importa un bledo si esta frase es hoy políticamente correcta, pero la protección contra cualquier disfraz de los que utiliza la maldad es lo más importante. Siempre.
Otra de las bondades de la contraseña familiar es que, si su uso se extendiera, provocaría un efecto disuasorio significativo entre los secuestradores envolventes de niños despistados, pues sabrían que serían descubiertos. Y algunos niños, los más espabilados, en caso de que el desconocido les hiciera sospechar, se fijarían más para futuras identificaciones policiales. Por ejemplo, la niña de Esporles, de solo seis años, ha facilitado que los policías pudieran realizar este retrato robot.