Estoy bastante cansada de la neoexcusa del «solo está haciendo su trabajo». No, también es culpable, aquí, todos somos partícipes, cómplices o culpables. Así que hoy voy a hablar de unas empresas y unos trabajadores que me parecen dignos del más flagrante y horrible neocapitalismo y neoliberalismo. No son los bancos ni es la iglesia, pero podrían serlo; son las mutuas y sus médicos.
Resulta que nuestra relación entre salud y trabajo está regulada por unas empresas privadas llamadas mutuas, que reciben beneficios cuando nosotros estamos sanos y pérdidas cuando enfermamos. Piensan, por ende, que todos somos unos asquerosos absentistas laborales y que, a menos que aparezcas por sus lares con un bolígrafo o un destornillador clavado en el ojo, mejor te vayas de nuevo al trabajo o intentes en la Seguridad Social que te atienda un médico «al que puedas engañar».
Porque los médicos de las mutuas no ejercen como médicos en realidad; sí, lo voy a decir ahora mismo: son unos meros burócratas que trabajan al servicio de estas empresas y que están, mientras tú les cuentas tu patología, historia o dolencia, resolviendo cómo darte la excusa perfecta para mandarte «a tu médico», o de vuelta al trabajo. Esto es tan flagrante que los juzgados están llenitos de unas denuncias llamadas «cambios de determinación de contingencia», en las que personas realmente, pero realmente enfermas, intentan que sus dolencias pasen de estar reconocidas por la Seguridad Social a estarlo por las mutuas para poder cobrar su sueldo íntegro.
Sí, en este país, si esa empresa privada llamada mutua, llena de burócratas de batas blancas, no te da la baja, tu sueldo quedará sustancialmente mermado, como si los de las oposiciones, esos que han tenido que hacer los temidos y temibles exámenes y se han tenido que currar como nadie sus especialidades para estar en sus puestos de médicos de cabecera y especialistas de la sanidad pública, resulta que no están lo suficientemente preparados para dictaminar si estamos enfermos a causa del trabajo o nos estamos inventando una depresión, una fibromialgia, un túnel metacarpiano o un cáncer. No, son todos unos tarados que solo saben detectar una gripe.
Yo, personalmente, he visto denegar bajas a mujeres con amenazas de aborto al tercer mes sin que la empresa les conceda la posibilidad de cambiar de puesto a alguno que no pusiese en peligro su embarazo, y tener que ir a pedir su baja por la Seguridad Social. He visto a una mujer, con la mano destrozada, teniendo que mover a pacientes de más de cien kilos de peso, y que le denieguen la baja seis veces seguidas. He visto a otro trabajador al que le han denegado una baja por depresión, y por causas laborales, alegando que «en la mutua no se dan bajas sino por causas físicas». He visto como a un hombre, con dos costillas rotas por un accidente laboral, le daban el alta una semana después del mismo, y un largo etc., de increíbles casos de desidias médicas por parte de estas empresas, y lo que es peor, de estos doctores en medicina.
Y me pregunto: ¿Realmente, médicos, estudiaron ustedes para realizar esta charada de cara a la galería? Yo sentiría vergüenza ajena, propia y muchísima tristeza de incumplir la máxima de: lo primero son los pacientes y cuidar y curar a los pacientes. Sentiría desazón viendo a mis compañeros de profesión en las mareas blancas, mientras yo me siento en mi ¿consulta? (llamémosla despacho, mejor) a ver a mis clientes-pacientes y tener que decirles que no, que no están enfermos, porque con el dinero que mi empresa se ahorra en ellos, los jefes de otras empresas amigas de esta vergüenza tendrán su Rolex, o su buen jamón de jabugo en Navidad. ¿Les suena de algo? A mí sí.
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