
El primer lunes de cada octubre celebramos los gomeros nuestra fiesta mayor. Las fiestas lustrales, en honor y devoción de nuestra Señora, la Virgen de Guadalupe; la patrona insular. Éste día, para los isleños que viven en la isla o allende los mares, será una jornada festiva, fraternal, amistosa; a compartir con los forasteros que residen en la insula o nos visitan.
Como advertencia previa, nada más lejos de mi intención que el entrar en los aspectos religiosos del origen y los atributos de la venerada imagen (doctores tiene la Santa Madre Iglesia). Desconozco si la virgen que reside en su humilde santuario en Puntallana, es una talla flamenca, hispana o italiana. Si es románica, gótica, renacentista o barroca. Si cuenta con una devoción mariana numerosa o reducida. Si es milagrosa. Si es la excelsa intercesora y mediadora, como así es, entre los fieles creyentes y su divino Hijo.
Tampoco pretendo entrar en la parafernalia que adorna a la divinidad. En la exégesis de las leyendas, las fabulaciones, las fantasías, o las crónicas de la religiosa historia ficción. El estudio de estos sucesos sobrenaturales, corresponde por la tradición y la costumbre a sus más genuinos intérpretes: la clerecía de la Iglesia Católica.
Abandono pues el aspecto hagiográfico y las hipérboles especulativas, para centrarme en lo pragmático, en lo profano. Con otras palabras, voy a intentar adentrarme, a ser posible, por los senderos del mundanal ruido.
La contribución de la Iglesia española a la evangelización de la América latina fue, y sigue siendo, una obra espiritual de naturaleza épica y de una importancia capital de magnitudes colosales. Su humanitaria y benemérita labor en defensa de los más indefensos, protegiendo a los pueblos indígenas frente a los abusos, las arbitrariedades, el vandalismo y la codicia de aquellos colonos desaprensivos, es de una caridad cristiana sublime. Me refiero principalmente a las órdenes religiosas: franciscanos, dominicos, jerónimos, jesuitas, etc. Hoy, desde aquí, mi infinito reconocimiento a sus actuaciones evangelizadoras, pastorales y culturales. En variados casos, se produjo una especie de sincretismo; una simbiosis entre los ritos y prácticas paganas de los nativos, con la liturgia canónica; especialmente visible en casi todos los pueblos iberoamericanos; que aún pervive.
La gran epopeya de la corona de Castilla fue el descubrimiento, la exploración y la conquista de las “Indias Occidentales”; más la conclusión de la “Reconquista” territorial de España. Con Cristóbal Colón solo comenzó la aventura. Las grandes extensiones territoriales y la poblaciones con sus numerosas etnias, se incorporaron al reino de Castilla y, posteriormente, al reino de España, en el siglo XVI. Durante el “principado” de Su Majestad Imperial Carlos de Habsburgo; nuestro señor, “primus inter pares” de entre todos los monarcas de Europa, nieto de los aguerridos “Reyes Católicos” (“los monarcas que no tienen temor de Dios, tienen temor a sus súbditos”), hijo de S.M. doña Juana, reina de Castilla; archiduque de Austria, duque de Borgoña; emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de España y sus dominios de ultramar: “el centro de un imperio donde no se ponía el sol”. Si contamos con los posesiones del sudeste asiático, singularmente el archipiélago de Las Filipinas; coquistado por Urdaneta y por Legazpi.
Antes de la llegada de los pioneros españoles, existían dos grande imperios amerindios prehispánicos: el Azteca (virreinato de Nueva España) y el imperio Inca (virreinato del Perú). Ambos ostentaban unas culturas magnificas, soberbias y esplendorosas, que en nada envidiaban a la cultura occidental europea; en algunos aspectos estaba más avanzadas y eran más refinadas. Los conquistadores de estos extensos territorios conformados por múltiples pueblos y etnias, con lenguas, culturas y organizaciones políticas singulares y propias, fueron unos titanes de España, que pusieron la Cruz, la espada, la lengua, las letras, la historia y la genética, al servicio de un fructífero y grandioso proyecto común, cultural y antrpologico; que se desarrolló gradual y posteriormente en el tiempo y en el espacio. Ésta es “la Iliada de Hispánia”. Con unos hombres esforzados, aguerridos, audaces, altivos y valientes hasta la temeridad. Muchos de ellos motivados por el afán de aventuras, y en busca de la diosa fortuna, que se les manifestó como la diosa de lo que ellos más anhelaban y apreciaban: “honra, riqueza y fama”.
Ésta gradual y progresiva metamorfosis dio sus frutos: un colorido mestizaje hispano indio, al principio. Mezclado posteriormente con africanos, en los tiempos de la infame esclavitud. Desde cualquier perspectiva que se analice, ésta simbiosis ha pergueñado una fusión biológica e intelectual hermosa, dotada de una belleza de carácter creativa y excepcional. ¡Que me escuchen los racistas y los nazis!
Los “adelantados”, nobles capitanes de aquellos pioneros expedicionarios, llevaban entre sus pertrechos de hidalgos, la destreza con las armas. Muchos de ellos habían participado en “la Cruzada” de la “Reconquista”, asedio y capitulación del reino musulmán de Granada; último bastión de los árabes en la Península Ibérica. Con el fascinante e inteligente Fernando de Trastámara, el “Rey Católico” (prototipo del “príncipe nuovo”; para Maquiavelo); el indómito “Gran Capitán” (Gonzalo Fernández de Córdoba); el arrogante tercer “Duque de Alba” (Fernando Alvarez de Toledo); y el intrépido marino don Juan de Austria (hijo bastardo del Emperador). Son un póquer de ases, formado por los generales mayores, con el que juegan los quinientos años de existencia del “Reino de España”.
Los conquistadores profesaban una impenitente adicción a la lectura de los libros de los “caballeros andantes”; en esos tiempos muy de moda, por cierto. Cervantes, posteriormente, los ridiculiza en su obra cumbre “Don Quijote”, el caballero errante de la “triste figura”. En las novelas de éste género (“Amadís de Gaula” y “Tirant lo Blanch”), los caballeros siempre andaban al encuentro de justas, lances de honor y aventuras heroicas, mitológicas y fantásticas, con las que pretendían impresionar y seducir a sus castas doncellas; para las que reservvaban un amor ilimitado, espiritual y platónico.
Alimentados emocionalmente con tantas fantasías, los hidalgos caballeros encontraron en el “Nuevo Mundo” el exotismo que leían en sus libros de la caballería andante. Pero la nueva realidad desbordaba a estos relatos; los disminuía y los reducía a una condición trivial, prosaica. En estos casos, la realidad superaba a la ficción con holgura. Quizás, con la ayuda de las nuevas plantas estimulantes y alucinógenas recién descubiertas – el peyote, el mezcal, la pita, el agave, el napal, la datura, la coca o el buen cannabis – , se embarcaron en aventuras aleatorias y arriesgadas.
Algunos, como Juan Ponce de León, navegaron hasta “La Florida” en busca de la fuente de la “eterna juventud”. Otros, más prácticos y realistas, como Hernán Cortés en México, ordenó encallar y desarmar los once navíos que componían su flota, fondeados en la bahía de la “Villa Rica de la Veracruz” (la primera ciudad de México; fundada por él mismo). En ésta empresa de conquista no cabía la rendición o la retirada; solo se contemplaba la victoria o la muerte. Después de ésta gesta, Cortés y sus expedicionarios se fueron prestos a “Tenochtitlán” (Ciudad de México), a la búsqueda del fabuloso tesoro azteca del emperador Moctezuma. La incursión finalizó con una apoteósica victoria sobre el ejército enemigo, que contaba con cerca de doscientos mil hombres en armas, frente a los ochocientos soldados de Cortés. Ni Cayo Julio César en la guerra de “Las Galias”, obtuvo tamaño éxito. Ni el espartano Leónidas, en el paso de “Las Termopilas”, demostró tanta casta guerrera y estrategia militar. Los legatarios de éste derroche de valor y bravura, son los actuales pueblos mestizos de México. Me refiero a la primera revolución social malograda del siglo XX: la de Emiliano Zapata y Francisco Villa.
Francisco Pizarro, en el virreinato del Perú, realizó temerarias incursiones oníricas y fácticas por “El Dorado”; en busca del tesoro inca del emperador Atahualpa. Vasco Núñez de Balboa descubrió el istmo de Panamá, y fue el primero en otear “El Mar del Sur” (el Océano Pacífico). Y, en fin, el sanguinario Lópe de Aguirre, en un “delirium tremens” de grandeza, se embarcó con su hija, adentrándose en un alucinante viaje fluvial equinoccial por el curso de todo el rio Amazonas. Buscaba un legendario reino dorado que conquistar y apropiarse. En su travesía se declaró sedicioso, insumiso, desleal a su patria y, como agravante, traidor a S. M. Felipe II. No duró mucho tiempo. Al final de su pertinaz periplo, las tropas reales enviadas en su captura lo apresaron en la isla de Margarita. Allí mismo lo enjuiciaron, lo consideraron cuerdo y, en consecuencia, lo ajusticiaron. Un término vital merecido e implacable; para un traidor (de acuerdo con las costumbres de la época). Y así sucedió con otros buenos y esforzados caballeros, leales al Emperador o al Rey, su hijo; que se alucinaron con el “Nuevo Mundo”; cosa muy común, por lo demás. La veleidad de la diosa fortuna les jugó a algunos una mala pasada: “R.I.P.”. Los conquistadores mencionados, y otro más, arribaron y repostaron en La Gomera; su última singladura antes de reanudar de nuevo sus viajes hacia las “Indias Occidentales”.
Concluyo, nuestra Señora de Guadalupe es por antonomasia y por devoción la virgen patrona de aquellos aventureros conquistadores, que tomaron posesión y que ganaron para el Reino de Castilla y para España, un “Nuevo Mundo”; allende la mar océana. Otro imperio que, por su magnitud continental, era más extenso que el “Germánico” de Carlos V en Europa.
Estoy seguro que con estas referencias históricas, mis hermanos, los gomeros, se percatarán con antelación de quién es la Madre; cual la Señora; qué intercesión y protección invocaban; a Quién rogaban los conquistadores en los momentos difíciles y peligrosos de sus aventuras: se encomendaban a su Virgen, que es la misma Señora nuestra. Santa María de Guadalupe, patrona de los conquistadores: de los castellanos – extremeños, de los gomeros y de los mexicanos.
Dios mediante, pienso asistir a la romería marinera, a la llegada de la Virgen, desde su santuario en Puntallana a la villa capitalina de San Sebastián de La Gomera. Como un peregrino del común; como un romero más.
¿Mi plegaria a nuestra Señora?. Me hago eco de las palabras pronunciadas por el Sumo Pontífice en su reciente visita a Brasil: “El futuro nos exige la rehabilitación de la Política; que es una de las formas más alta de la caridad cristiana”. Yo añadiría: singularmente en España y, por extensión, en la isla de La Gomera.
En realidad, así lo veo yo. A fuer de ser tachado de imperialista. En tal caso, sería un imperialista progresista, como el presidente Obama; por el que siento una alta consideración.
Alonso Trujillo-Mora