- Está firmado por Paco Nadal, y ha sido publicado en el día de hoy en la sección blog de viajes de este prestigioso diario nacional
A la Canarias manida de sol y playa, de escaparate mundano sin ninguna particularidad frente a otros cientos de escaparates mundanos igualmente globalizados en otros rincones del planeta, se opone esa otra Canarias verde y rojiza de vulcanismo reciente, de naturaleza salvaje y de bosques de laurisilva que permiten dar un paseo por el Terciario. Una Canarias que, por desgracia, muchos turistas —en especial, peninsulares— ignoran.
Las Canarias son un paraíso para el senderismo. Nos lo enseñaron los trotamundos alemanes, los primeros en detectar que a este universo de ocho islas tan diferentes entre sí se podía venir a más cosas que a tomar el sol. De todas ellas, la que más condiciones reúne, sobre todo para senderistas avezados y gente con buena condición física —porque los desniveles son de récord Guinness— es la isla de La Gomera, desde donde hoy escribo.
La Gomera es la isla canaria más abrupta y quebrada. Una impresión que asalta al viajero nada más poner pie en tierra en la capital, San Sebastián de la Gomera, donde está el puerto en el que atracan los ferris que llegan de la vecina Tenerife. Vista desde el aire asemeja un gran y perfecto volcán de perímetro redondeado, evidencia de su origen eruptivo. Pero observada y vivida de cerca es una sucesión de barrancos y quebradas en los que no parece existir la línea recta. Tan compleja es su orografía que no existe una sola carretera que circunvale la isla: para saltar de un valle a otro hay que subir y bajar, subir y bajar… siempre por cintas de asfalto que en el mapa parecen la radiografía de un intestino grueso.
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