28 de mar. CI – “Después del amor, la tierra. Después de la tierra, nadie”. Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela, España, el 30 de octubre de 1910. Proveniente de una familia campesina humilde, Hernández abandonó sus estudios de bachillerato para trabajar en el pastoreo de ovejas y relevar a su padre, a pesar de tener una beca otorgada por los jesuitas. Sin embargo, mientras cuidaba del rebaño Miguel Hernández leyó con avidez a los poetas clásicos españoles y comenzó a escribir sus primeros versos.
A partir de 1930 comenzó a publicar sus poemas en revistas locales como El Pueblo de Orihuela o El Día de Alicante. En esa misma década, y ya con un reconocimiento regional importante, viajó a Madrid para colaborar en distintas publicaciones. Ya establecido en Madrid trabajó como redactor de diccionarios, dramaturgo y poeta. Conoció a su gran amigo y compañero del alma Ramón Sijé, al que dedicó el poema Elegía.
Escribió en estos años los poemas titulados El silbo vulnerado e Imagen de tu huella, y el más conocido El Rayo que no cesa (1936).
Miguel Hernández tomó parte activa en la Guerra Civil española en la que se integró como militante del bando republicano. En 1936 entró al Partido Comunista de España en el que desempeñó un importante papel como pensador y político.
En 1937 asistió al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas celebrado en Madrid y Valencia, en el que conoció al poeta peruano César Vallejo con el que establece una bella amistad. Posterior a esto, viajó a la Unión Soviética en representación del gobierno de la República, de donde regresó en octubre para escribir el drama Pastor de la muerte, y numerosos poemas recogidos más tarde en su obra El hombre acecha, un libro en el que expone todo el esplendor del género “Poesía de guerra”.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
Fragmento, Vientos del pueblo me llevan.
En diciembre de 1937 nació su primer hijo, Manuel Ramón, que murió a los pocos meses y a quien dedicó el poema Hijo de la luz y de la sombra, y muchos otros poemas recogidos en el Cancionero y romancero de ausencias. En enero de 1939 nació su segundo hijo, Manuel Miguel, a quien dedicó las famosas Nanas de la cebolla. “La cebolla es escarcha cerrada y pobre. Escarcha de tus días y de mis noches”.
En abril de 1939, concluida la guerra civil con triunfo del franquismo, la obra El hombre acecha terminó de imprimirse en Valencia. No obstante, una comisión depuradora franquista presidida por el filólogo hispanista Joaquín de Entrambasaguas, ordenó la destrucción completa de la edición y la inmediata detención de Miguel Hernández. Sin embargo, dos ejemplares que se salvaron permitieron reeditar el libro en 1981.
Por el riesgo que corría en España, Hernández decidió refugiarse en Sevilla algunos días con la intención de viajar a Huelva y de allí cruzar la frontera con Portugal. Pero al momento de cruzarla, la policía del Primer Ministro, fascista, Antonio de Oliveira Salazar, de Portugal, lo capturó y entregó a la Guardia Civil Española.
En 1939 y gracias a las gestiones y esfuerzos que el poeta Pablo Neruda hizo para sacarlo de la cárcel, Miguel Hernández fue liberado con la condición de abandonar España de forma inmediata, sin embargo, Hernández volvió a Orihuela por su familia y allí fue detenido otra vez y condenado a la pena de muerte en 1940. Pero varios de sus amigos intercedieron por él y la pena se conmutó en 30 años de prisión. Durante su detención contrajo bronquitis, la cual por inasistencia médica revolucionó en una grave tuberculosis que provocó su muerte el 28 de marzo de 1942.
Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo mantiene.
Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.
Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.
Fragmento, Sentado sobre los muertos, Miguel Hernández.